Rosa Navarro Durán, "Introducción" a: Alfonso de Valdés, La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades, (Octaedro, 2003: 45-46)]
Todos los amos de Lázaro tienen en común una vivencia de la religión que los hubiera condenado indudablemente desde una mirada erasmista. Salvo el maestro de pintar panderos, del que no sabemos nada, porque su presencia podría parecer que se debe a crear tiempo en la vida de Lázaro, como apuntó Manuel J. Asensio, ya que dice inmediatamente "siendo ya en este tiempo buen mozuelo". Y el alguacil, que le ofrece un modelo que no le gusta a Lázaro por ser su "oficio peligroso". Pero los dos son los únicos que no tendrían cabida en el desfile de ánimas valdesiano porque ni son clérigos ni cortesanos: ésta es la razón de su breve tratamiento en el Lazarillo; son meros personajes de relleno, que aumentan la experiencia de Lázaro y que la hacen más verosímil; pero que también disimulan el hecho de que el muchacho esté al servicio de tantas personas personas relacionadas con el ámbito eclesiástico, porque éste es el propósito de la obra, visible para lectores cómplices del escritor, que gozarían con su punto de vista.