Diálogos

Alfonso de Valdés autor de

'La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades'

Diálogo de las cosas acaecidas en Roma.

Edición de Rosa Navarro, Madrid, Cátedra, 1992.

Alfonso de Valdés escribe su Diálogo de las cosas acaecidas en Roma en 1527 para defender la figura del Emperador después del asalto y saqueo de la ciudad santa por las tropas imperiales (el 6 de mayo de 1527). Indica su propósito en el Argumento, que sigue al prólogo y precede al diálogo de los dos personajes, un cortesano y un eclesiástico: "Un caballero mancebo de la corte del Emperador llamado Lactancio topó en la plaza de Valladolid con un arcidiano que venía de Roma en hábito de soldado, y entrando en San Francisco, hablan sobre las cosas en Roma acaecidas. En la primera parte, muestra Lactancio al Arcidiano cómo el Emperador ninguna culpa en ello tiene; y en la segunda, cómo todo lo ha permitido Dios por el bien de la cristiandad".

El arcediano del Viso –viso equivale a alcor y apunta, por tanto, al traductor del Enquiridion de Erasmo al castellano, Alonso Fernández de Madrid, arcediano del Alcor– va disfrazado de soldado porque se ha escapado de la Roma sitiada. Y su hábito recuerda el de hombre de bien que vestirá Lázaro de Tormes; le dice Lactancio: "Véoos agora a pie, solo, y un sayo corto, una capa frisada, sin pelo; esa espada tan larga, ese bonete de soldado…", pp. 85-86. (Lázaro dice: "compré un jubón de fustán viejo y un sayo raído de manga tranzada y puerta, y una capa que había sido frisada, y una espada de las viejas primeras de Cuéllar", p. 133 de mi edición, Alfonsípolis, Cuenca, 2004).

Lactancio le convencerá primero de que es el Papa, quien no ha desempeñado bien su oficio, el culpable del desastre, y no el Emperador, que siempre ha procurado el bien y la defensa de sus súbditos. Después, en la segunda parte, le demostrará cómo el saqueo de Roma y la prisión del Papa es acción providencial, castigo divino por el comportamiento de la jerarquía eclesiástica (su mismo nombre de Lactancio apunta a la teoría que defendía el filósofo cristiano de la ira de Dios).

El arcediano del Viso es testigo directo de las atrocidades cometidas, que va describiendo con fidelidad; porque Alfonso de Valdés reproduce datos que escribió al Emperador Francisco de Salazar y otros altos funcionarios de su corte que vivieron el saco de Roma. A cada una de ellas, opone otra moral –mucho peor, por tanto–, propia de los eclesiásticos. Convence al Arcediano, pero no cambia su modo de actuar; a él sólo le preocupan los beneficios vacantes en su tierra que fue a solicitar al Papa; por esa razón fue a Roma. Hablando de las mujeres, le dice a Lactancio: "Allende de esto, si no quiero tener mujer propia, cuantas mujeres hay en el mundo hermosas son mías, o, por mejor decir, en el lugar donde estoy. Mantenéislas vosotros, y gozamos nosotros de ellas", p. 146, afirmación que aparece también en boca de uno de los personajes de Tinellaria, la comedia de Torres Naharro que tanta huella dejó en el Lazarillo.

En todo el Diálogo se pueden encontrar expresiones y palabras comunes al Lazarillo de Tormes, desde los frecuentes "allende de esto", "maravillarse", el irónico "gentil", a los "por mis pecados", "un no sé qué", "que jamás fue oída ni vista", por sólo indicar algunas que aparecen en las primeras tres páginas.

La defensa de la figura del Emperador se funde con la exposición de la doctrina erasmista. En todo el diálogo está presente la denuncia de la corrupción de la iglesia. Con ironía, aprendida en Erasmo, pero también en Boccaccio y en Masuccio, dedica dos espléndidas páginas a las reliquias y al culto a las imágenes de santos (pp. 200-203 y 215-217).

Es la primera obra del escritor conquense, en donde aparecen las mismas preocupaciones que en la última que escribió, La vida de Lazarillo de Tormes: la denuncia del comportamiento de los eclesiásticos, las prácticas religiosas puramente exteriores (devoción a santos "especializados" en males, a peregrinas reliquias), que esconden el beneficio de los que las llevan a cabo (ciegos rezadores o comisarios de bulas, como atestiguará Lázaro). La figura del Emperador, siempre ensalzada. Y sólo dos estamentos en el punto de mira del escritor: el cortesano y el eclesiástico.

Rosa Navarro Durán