Alfonso de Valdés autor de

'La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades'

Ricardo Senabre, reseña a los volúmenes editados por Rosa Navarro Durán: La novela picaresca, I y II, Fundación J. A. de Castro; publicada en el suplemento "El Cultural" del diario El Mundo, sábado, 20-26 de abril de 2006, p. 36.

[Crítica íntegra]:

La novela picaresca, I y II Edición de Rosa Navarro Durán Fundación J. A. de Castro. Vol.I : LXXVII + 717 págs. Vol. II: LXXIV + 554 págs.

Los dos volúmenes de la Biblioteca Castro acogen los primeros títulos de la fecunda modalidad narrativa que venimos denominando tradicionalmente novela picaresca: el Lazarillo de Tormes (1554), el Guzmán de Alfarache (1602 y 1604) –con la falsa continuación del falso "Mateo Luján de Sayavedra" (1602)–, el Guitón Onofre (1604) y el Buscón quevedesco (editado según el manuscrito B, posterior a 1629).

El itinerario de los relatos de pícaros continuará durante muchos años, e incluirá variantes como la protagonista femenina o el relato de la vida planteado, no desde la niñez, sino desde la vida intrauterina. Pero, en esencia, los caracteres y rasgos identificadores del género se configuran gracias a los hallazgos aportados en las cinco obras editadas aquí, que no son únicamente los primeros eslabones cronológicos, sino también los pilares fundamentales de la literatura picaresca.

Los textos se editan, como es habitual en la colección, de acuerdo con las primeras ediciones, si bien modernizando las grafías sin valor fonológico. De las cuatro ediciones del Lazarillo aparecidas en 1554 se escoge la de Burgos, por ser, con toda probabilidad, la más cercana al original perdido. Dos de las obras se basan en versiones manuscritas. La del Guitón Onofre, de Gregorio González –cuyo único testimonio existente se encuentra en el fondo de manuscritos del Smith College de Massachusetts–, y el del Buscón. Hace treinta años, F.Lázaro Carreter llevó a cabo una edición de la obra de Quevedo en la que se sostenía que el texto contenido en el llamado manuscrito B representaba una versión primeriza y juvenil de la novela, y relegaba su reproducción a las notas a pie de página. Hoy, los investigadores opinan que ese texto representa precisamente la versión última y definitiva del texto, y que el autor rescribió la obra no antes de 1629, cuando ya circulaban al menos tres ediciones de la misma. Esta versión del manuscrito B –llamado así por haber pertenecido al bibliotecario Juan José Bueno– es la que ha elegido también Rosa Navarro para editar el Buscón.

Naturalmente, el Lazarillo se publica a nombre de Alfonso de Valdés, como cabía esperar tras las minuciosas investigaciones que han permitido a la misma editora ofrecer desde hace dos años, con argumentos cada vez más plausibles y sólidos, la hipótesis –que hoy parece difícilmente objetable– según la cual la mano que compuso el relato es la misma que había escrito el Diálogo de las cosas acaecidas en Roma y el extraordinario Diálogo de Mercurio y Carón: el erasmista secretario de cartas latinas del Emperador, que concibió el relato de ficción con el mismo propósito que había inspirado sus obras doctrinales: la denuncia de una iglesia corrupta, cada vez más apartada de los principios evangélicos, que fue motivo constante en la fecunda corriente intelectual nacida al amparo de las ideas de Erasmo. La línea argumental con la que Rosa Navarro, partiendo del texto de la obra, reconstruye sus modelos y sigue el rastro de las pistas que en la obra han ido dejando las lecturas del autor, hasta dar con el perfil de Alfonso de Valdés, había sido ofrecida ya en estudios anteriores de la editora, pero conviene revisarla porque hay detalles que añaden contundencia a sus propuestas y porque, además –y en ello radica uno de los atractivos de esta edición–, los extensos prólogos de ambos volúmenes permiten analizar con finura la presencia del Lazarillo en el Guzmán y el Buscón, destacan decisivamente la importancia del Guitón Onofre en la consolidación de los rasgos picarescos y muestran de qué manera una obra funda una tradición, abre una senda apenas explorada y es aprovechada, imitada, transformada o enriquecida en el curso de los años por otros autores.

Dicho de otro modo: el lector tiene ante él excelentes materiales, sutil y sabiamente organizados, para percibir hasta qué punto la literatura se nutre esencialmente de literatura. Todo ello, ejemplificado con obras cuyo valor artístico no es necesario ponderar, porque son creaciones capitales de una de las modalidades más vigorosas de la literatura española, que irradió su influencia por toda Europa y que todavía continúa siendo un modelo narrativo presente en muchas novelas de nuestros días. Pulquérrima y docta edición, y ocasión excelente para revisar algunas de nuestras cimas artísticas, conducidos por una guía experta y solvente.

Ricardo SENABRE