Porque S. M. ha hecho conmigo solo lo que con criado ministro, y esto sin causa y a instancia de mis enemigos, de lo que estoy y viviré muy sentido y agraviado perpetuamente, cuanto S. M. y yo viviéremos, no me reparando la ofensa que me ha hecho.
Diego Hurtado de Mendoza en carta al príncipe
Felipe hablando del Emperador, otoño de 1552.
En 1555 Martín Nucio imprime en sus prensas de Amberes una nueva edición de La vida de Lazarillo de Tormes –tras la de 1554–, pero esta vez seguida de una segunda parte. Nada tiene que ver con la auténtica historia de Lázaro ni en su contenido ni en su intención ni en su estilo ni en su valía; aparte de que su protagonista lleve el mismo nombre, sólo tiene un elemento en común: su anonimato, y además va a correr su misma suerte porque figura prohibida junto a ella en el primer Índice de libros prohibidos de 1559: "Lazarillo de Tormes, primera y segunda parte". No se imprimiría en España hasta mediados del siglo XIX, en un volumen que atribuía La vida de Lazarillo de Tormes a Diego Hurtado de Mendoza. En el mismo año de 1555 salió impresa, también en Amberes en las prensas de Guillermo Simon, una nueva edición de ambas obras, con mínimas variantes, que llevan a Rumeau a concluir que procedían de dos manuscritos distintos [1993a: 120]; sin embargo parece más lógico que fueran dos lecturas de uno solo de escritura enrevesada (las grafías y puntuación diferentes podían ser decisiones de los cajistas) porque son muy pocas las diferencias. Precisamente en ese mismo año de 1555, el 25 de octubre, en Bruselas, abdicaba en solemne ceremonia el Emperador del gobierno de los Países Bajos en favor de su hijo Felipe, hecho histórico que podría ser significativo en relación a esa primera edición del texto (que tiene aún privilegio de impresión imperial).
Se imprimirían de nuevo las dos obras juntas en Italia: en Milán, 1587, por Antonio de Antoni; luego, aparentemente, en Bérgamo en 1597; pero, como demostró Rumeau, no es una nueva impresión, sino la misma que no se había agotado, aunque el editor, mintiendo, la disfrazó. Por último se imprime en Milán en 1615 por Juan Baptista Bidelo, que reproduce la edición de 1587 [Rumeau, 1993b: 133-141].
El censor Juan López de Velasco tenía buen paladar literario y, al expurgar el Lazarillo, lo publicó en 1573 tras la Propalladia de Torres Naharro y no incluyó la segunda parte, advirtiendo al comienzo: "se le quitó toda la segunda parte, que por no ser del autor de la primera, era muy impertinente y desgraciada" [La vida de Lazarillo, 1967: 19]. Lo que perduró más de esta obrita fue el capítulo primero, el de los tudescos, porque quedó añadido al Lazarillo original como tratado último, primero en la traducción al francés impresa en 1560 en Lyon [Rumeau, 1993b: 121], y después en la edición de Plantin de La vida de Lazarillo impresa en Amberes en 1595 por el yerno del gran impresor, Baltasar Moretus [Caso en La vida de Lazarillo, 1967: 22]. Como Juan de Luna se basó en esta edición, incluye también ese capítulo en la Vida de Lazarillo. Corregida y emendada por I. De Luna Castellaño, intérprete de la lengua española [Meyer-Minnemann / Schlickers: 2008: 67], que precede a su Segunda parte, y así se editarían las dos obras hasta el siglo XIX.
La segunda parte de Lazarillo de Tormes es una obra completamente diferente a la sátira erasmista que escribió Alfonso de Valdés, incluso se podría decir que es totalmente opuesta en su sentido: en vez de ofrecer una imagen gloriosa del Emperador, es una sátira política cortesana que apunta con sus juicios negativos a tan alto personaje histórico, como ya dijo Zwez: "Este rey tiene algunos defectos que recuerdan a Carlos V y nos sugiere la posibilidad de que el rey de los atunes sea una alegoría del Emperador" [Zwez: 1970: 48].
Dos cortesanos muy distintos –dos humanistas también– escribieron las dos obras, Alfonso de Valdés, fiel secretario de Carlos V, de origen converso, y Diego Hurtado de Mendoza, de la alta nobleza castellana, hijo del conde de Tendilla y bisnieto del marqués de Santillana. El canciller Mercurino Gattinara, gran letrado, fue el protector de Alfonso de Valdés, y el poderoso Francisco de los Cobos, de Diego Hurtado de Mendoza. Dos épocas distintas del reinado del Emperador, dos personalidades muy diferentes. La vida de Lazarillo de Tormes es una obra espléndida; La segunda parte de Lazarillo de Tormes, un relato mediocre. El Lazarillo dispara los dardos de un convencido erasmista contra los miembros de una iglesia necesitada de reforma y contra los vanidosos escuderos que, por no trabajar, vivían en la miseria; y lo hace en una construcción narrativa perfecta, que toma la forma de la declaración de Lázaro de Tormes, pregonero de Toledo, a propósito de los rumores que corren sobre la condición de amancebado del arcipreste de San Salvador –su señor y vecino–, porque no es otro "el caso" que le preocupa a la dama que ha solicitado se le envíe por escrito una información sobre su confesor.
Siempre se ha impreso como anónima La segunda parte, pero el texto dibuja con bastante nitidez la figura de su escritor, un alto cortesano y jefe militar que lo utiliza como venganza literaria contra quien con mucha razón lo había destituido del gobierno de Siena y de sus otros puestos en Italia en 1552: el emperador Carlos V. Pero vamos a ir viendo los datos que nos da el texto sobre el personaje que lo escribió y que me permiten poner su nombre por primera vez en esta obra. Al mismo tiempo se devuelve así la lógica al sinsentido de atribuirle el Lazarillo al escritor granadino, algo que se ha venido haciendo desde 1607, cuando el bibliógrafo flamenco Valerio Andrés Taxandro lo afirmó, y Schott (1608) y Tamayo de Vargas (1624) lo repitieron [González Palencia /Mele: 1943: III, 207-208].
1. 1. La autoría del Lazarillo original. De nuevo la falsa atribución
Estaba este volumen en pruebas cuando se atribuyó una vez más a Diego Hurtado de Mendoza La vida de Lazarillo de Tormes; gracias a la gentileza de los editores puedo incluir esta referencia al documento exhumado por Mercedes Agulló y Cobo en A vueltas con el autor del "Lazarillo" [2010: 36-37] y a su atribución. La estudiosa edita el inventario de bienes y libros de Juan de Valdés (muerto en abril de 1599), que manda hacer su hermana doña Francisca; él fue testamentario de Juan López de Velasco, el editor del Lazarillo expurgado: "pusso por ynbentario los bienes y libros siguientes que el dicho licenciado Juan de Baldés tenía en su poder al tiempo de su muerte, como testamentario que era del secretario Juan López de Belasco" [2010: 32]. Y a su vez éste había sido el tercer testamentario de Diego Hurtado de Mendoza:
Por cédula de 22 de agosto de 1575 dio Felipe II poder a Antonio Gracián para que aceptase la herencia de don Diego a beneficio de inventario y diera cuenta de lo que tomase o gastase al guardajoyas Hernando de Briviesca. […] Muerto Antonio Gracián, el Rey, por cédula de 16 de abril de 1576, nombró a Hernando de Briviesca para sustituirle y para tomar cuentas a sus herederos. Juan López de Velasco, encargado de la administración de la testamentaría a la muerte de Briviesca [el 1º de marzo de 1580], tomó la cuenta de ella a la viuda doña María de Moscoso" [González Palencia y Mele, 1942, II: 396-399].
Tal papel redobla el interés que tiene el documento exhumado, aunque carece del que pretende darle la editora. Agulló habla de la biblioteca de Juan de Valdés y precisa:
La magnífica colección se conservaba en dos cajones, el 5º y el 6º, con el Inventario o Memoria que hiço el liçençiado Juan de Valdés de los libros del Secretario Juan López de Velasco como su testamentario, escrito en diez y siete ojas de su letra, a la que se añadió el contenido de otros cuatro cajones, donde estaban los papeles siguientes [2010: 36].
En el cajón nº 1 hay "primeramente seis legajos de cartas mesiuas de don Diego de Mendoça y otro legajo de papeles suyos tocantes a la Armada". Yten otro legajo grande de papeles de la curaduría que tubo don Diego de doña Ana [por error, ya que es doña Magdalena] de Bovadilla". Y añade Agulló que en él "se conservaban otros 19 legajos y "otro libro de pliego oradado de gastos de Punblin". En el cajón nº 2 hay, junto a muchas otras cosas, "varios libros escritos de mano, legajos de cuadernos de cuentas de don Diego". En el nº 3, "legajos grandes y pequeños de libros y cuentas de la Cassa de don Diego, otros cuatro de Bulas y Breues de don Diego de Mendoza, otro de Relaciones de lo de Granada", etc. También el cajón cuarto guardaba "otros 4 legajos de cartas misivas de don Diego". Y, llegamos, por fin, a los "Papeles que se metieron en los libros en el 6º cajón de los libros del Secretario Juan López de Belasco". En ellos figuran:
Vnos quadernos y borrador de La rebelión de los moriscos de Granada y otras cossas de don Diego de Mendoça.
Vn legajo de correçiones hechas para la ynpressión de Lazarillo y Propaladia.
Otro legajo de a quartilla de papeles del negocio de Carmona, que pertenecen a la hacienda.
Y finalmente dice Agulló: "En este último cajón se guardaban también un legajo de papeles de Indias, unos cuadernos de San Martín de Valdeiglesias y otro cartapacio pequeño"[2010: 36-37].
Cualquier lector avezado en la literatura de la época se da cuenta de que esas correcciones hechas para la impresión de Lazarillo y Propaladia recogen el trabajo de Juan López de Velasco para la edición de la Propaladia y Lazarillo expurgados, de 1573: Propaladia de Bartolomé de Torres Naharro, y Lazarillo de Tormes. Todo corregido y emendado, por mandado del consejo de la santa, y general Inquisición. Impresso con licencia y priuilegio de su Magestad para los reynos de Castilla y Aragón. En Madrid, por Pierres Cosin. MDLXXIII. Y que nada tiene que ver ese ítem del inventario con el anterior, que se refiere a borradores de la Guerra de Granada de Diego Hurtado de Mendoza; del mismo modo que es otra cosa el legajo siguiente que se refiere al "negocio de Carmona", como sucede en los inventarios, formados por la anotación de lo que se va encontrando. El mismo nombre del escritor puesto junto a la mención de los papeles de la Guerra de Granada, y no en los otros lugares, desmiente cualquier otra posibilidad. Pero Agulló, ante esa secuencia de documentos, se pregunta:
¿Corrigió López de Velasco el Lazarillo utilizando el manuscrito o papeles de don Diego, a quien tal vez le fueron confiscados en 1573 al ser denunciado a la Inquisición, y posteriormente los unió precisamente al resto de los originales de don Diego por reconocerlo como obra suya de obligada devolución? [2010: 44].
Sin base alguna –como hemos visto– llega a esa suma de deducciones imaginarias. ¿Dónde se habla de un manuscrito del Lazarillo de don Diego? ¿Cómo, si no se habla de él, se puede imaginar que se lo requisó la Inquisición, y que precisamente allí lo encontró López de Velasco? Y siguiendo con la cadena absurda de deducciones, Agulló llega a imaginar que el censor uniría sus correcciones al resto de los originales de don Diego como devolución de lo que era suyo. El azar podía en este caso haber dado varias veces ocasión a Agulló para su razonamiento sin base porque hay legajos de don Diego e incluso "relaciones de lo de Granada" en otros cajones, como hemos visto. Lo curioso es que no deduzca de todo ello que también Diego Hurtado de Mendoza pudo haber escrito la Propaladia, tal vez porque esta ya tenía autor y estaba así más protegida de su imaginación. Precisamente lo que da interés al documento exhumado es el refrendo a la autoría de Diego Hurtado de Mendoza a la Guerra de Granada, mencionada un par de veces.
Como Mercedes Agulló en la nota 29 atribuye una de mis obras (Lazarillo de Tormes y las lecturas de Alfonso de Valdés, Cuenca, 2003) a Manuel M. Asensio, no es raro que se pregunte "cómo no ha reparado ninguno de los numerosísimos estudios del Lazarillo en que la madre del muchacho […] lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena", de la orden de Alcántara". Y deduce de ello que, como en 1552 "el Emperador dotó a Hurtado de Mendoza con 10.000 ducs. y la Encomienda de las Casas de Calatrava (Badajoz) de la Orden de Alcántara", es una prueba más de su autoría. De tal forma que así de una tacada resuelve "la fecha de redacción del Lazarillo, ya que la Encomienda se le concedió a don Diego en 1552 y es lógico que esta alusión fuera posterior a su condición de caballero alcantarino" [2010: 50].
Nueva suma de falsedades, porque en otro de mis ensayos, Alfonso de Valdés, autor del "Lazarillo de Tormes", Agulló podía haber leído un epígrafe titulado "El Comendador de la Magdalena" [2004: 255-259], en donde identifico al personaje: frey Antonio de Monroy, que fue nombrado como tal en mayo de 1511. Calla además un dato esencial: que en 1552 el Emperador le dio a Hurtado de Mendoza las dos mercedes citadas como pequeña compensación porque le había destituido fulminantemente de todos sus cargos por su nefasta actuación como capitán del destacamento militar español en Siena, plaza que se perdió por su culpa. En carta al príncipe Felipe, el dolidísimo don Diego le comenta:
Díjome el Obispo que S. M. me mandaba dar 10 mil ducados de renta; yo le respondí que no acostumbraba a arrendar mi honra por precio; andúvome rodeando él y Eraso diversas veces y diciéndome que si no aceptaba la merced que S. M. me hiciese, destruiría mi casa, que esta es la manera que ahora han tomado los negocios; no respondí [González Palencia, Mele, 1942, II: 288].
Mal momento hubiera sido ese año para que Hurtado de Mendoza mencionara al "victorioso Emperador" que entra en Toledo, como sucede al final del Lazarillo, porque es en esa misma carta al príncipe Felipe donde –como comentaré más adelante– dice que el Emperador "ha hecho conmigo solo lo que con criado ministro, y esto sin causa y a instancia de mis enemigos, de lo que estoy y viviré muy sentido y agraviado perpetuamente, quanto S. M. y yo viviéremos, no me reparando la ofensa que me ha hecho" [González Palencia, Mele, II: 289].
Pero tampoco se ha dado cuenta Agulló de que es imposible que el Lazarillo se feche en su final por las Cortes de 1538 porque ahí se dice "que nuestro victorioso Emperador en esta insigne ciudad de Toledo entró y tuvo en ella Cortes, y se hicieron grandes regocijos". No se podían asociar de ninguna manera los regocijos con las segundas Cortes porque, al mes de acabar, murió la muy amada Emperatriz; además de que las segundas Cortes fueron convocadas por el Emperador y la Emperatriz, y no solo por el Emperador. Y en el texto no se precisa que fueran las primeras o las segundas Cortes toledanas porque su autor, al escribir la obra, desconocía que se iban a celebrar en Toledo otras Cortes (y, por tanto, la fecha de escritura del Lazarillo es anterior a 1538). La mención es muy precisa porque la palabra relevante del pasaje es "entró", y el Emperador entró en Toledo precisamente un 27 de abril de 1525.
¿Para qué hablar del objetivo de la sátira del Lazarillo, que son los miembros corruptos de una Iglesia necesitada de reforma y los vanidosos escuderos muertos de hambre? Nada de esto le preocupaba al político y diplomático –¡nada menos que un Mendoza!– y mucho menos después de 1552, el año en que Carlos V le destituyó de todos sus cargos. Aunque Agulló, a pesar de haberse inclinado por esa fecha como la de la redacción de la obra, de pronto piensa en otra, se olvida de lo que realmente hay detrás de "la cumbre de toda buena fortuna" de Lázaro de Tormes, y dice:
¿Habla Lázaro de sí o es don Diego, recién llegado de su embajada en Londres, a poco nombrado Embajador en Venecia, reconocido y admirado en todo ambiente cortesano y culto de la Europa culta el que estaba "en la cumbre de toda buena fortuna" [2010: 52].
Olvida la cima de ironía que alcanza ese cierre de la declaración de Lázaro sobre el caso, es decir, sobre los rumores que corren sobre la condición de amancebado del arcipreste de San Salvador, y, por tanto, el sentido del Lazarillo. Y olvida también que el autor del Lazarillo estaba recordando en esa frase otra semejante de La Celestina, porque la alcahueta le dice a Lucrecia, la criada de Melibea: "Bien parece que no me conociste en mi prosperidad, hoy ha veinte años […] no puedo decir sin lágrimas la mucha honra que entonces tenía […] Mi honra llegó a la cumbre, según quien yo era" [Rojas, 2000: 214]. Es en ese lenguaje en el que habla Lázaro, el de comedia, el de la gente de baja condición, y no precisamente en recuerdo de un momento triunfante de un Mendoza.
López de Velasco no dice saber quién era el autor del Lazarillo –como supone Agulló preguntándose "cómo sabía él quién era el autor de esa primera parte"–, sino que no era del mismo autor la segunda, cosa obvia, y demostrada además por su aparición tardía junto al Lazarillo original, en la edición de 1555 de Amberes. La misma valoración de la lengua de la obra que hace el censor en la advertencia al lector de su edición es un rotundo mentís a tal hipótesis:
Aunque este tratadillo de la vida de Lazarillo de Tormes no es de tanta consideración, en lo que toca a la lengua, como las obras de Christóual de Castillejo y Bartolomé de Torres Naharro, es una representación tan viva y propria de aquello que imita, con tanto donaire y gracia, que en su tanto merece ser estimado y assí fue siempre a todos muy acepto; de cuya causa, aunque estaua prohibido en estos reynos, se leía y ymprimía de ordinario fuera dellos. Por lo qual, con licencia del Consejo de la Santa Inquisición y de su Majestad, se emendó de algunas cosas por que se hauía prohibido y se le quitó toda la segunda parte, que por no ser del Autor de la primera, era muy impertinente y desgraciada.
Precisamente ese legajo de correcciones que figura en el inventario contendría esas enmiendas a las que él hace mención. Porque no sólo suprimió los tratados IV y V, sino que dividió en dos el primero y fundió el sexto y séptimo. No pudo manejar de ninguna forma el Lazarillo original porque su edición comparte con las primeras que nos han llegado el error de separar mal el prólogo del comienzo de la obra, puesto que aquel acaba con un párrafo que corresponde a la declaración de Lázaro, el que comienza "Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio…", en donde aparece ya el destinatario del relato de Lázaro, "Vuestra Merced" [Navarro Durán, 2004: 15-27]. Y su texto tiene también otro manifiesto error –que no pudo estar en el texto original– como es la presencia de "brincaba" en vez de "brizaba" cuando Lázaro dice que mecía a su hermanito [Navarro Durán, 2009: 250-253].
Juan López de Velasco editó con muy buen tino el Lazarillo junto a la Propaladia porque el género era el mismo: la representación de la realidad a través de personajes de la comedia; sólo que el autor del Lazarillo, el erasmista Alfonso de Valdés, que había leído las comedias de Torres Naharro (y Tinellaria había dejado una huella importante en su obra), disparaba dardos satíricos contra los miembros corruptos de la iglesia, necesitada de reforma, como también lo había hecho en sus dos Diálogos; y lo hacía creando una serie de amos –cinco pertenecen a la iglesia– para Lázaro que no tenían nombre y que exhibían esos vicios que fustigaba. Y de paso introducía párrafos del estilo de "No nos maravillemos de un clérigo ni fraile, porque el uno hurta de los pobres y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo el amor le animaba a esto" [Valdés, 2004:7], que López de Velasco suprimió por completo.
Diego Hurtado de Mendoza no pudo de ninguna manera escribir La vida de Lazarillo de Tormes, que no refleja ni sus preocupaciones ni sus intereses ni estaba al alcance de un prosista mediocre como él; pero sí escribió La segunda parte de Lazarillo de Tormes, que exhibe todo ello, y es una alegoría política contra Carlos V, como voy a mostrar. No tengo más que subrayar las palabras de Juan López de Velasco cuando dice que la segunda parte no era del autor de la primera. Es cierto que exageró un poco al afirmar que "era muy impertinente y desgraciada", aunque no se puede negar que el primer adjetivo le cuadra perfectamente, como voy a mostrar.
Voy a ir exponiendo los argumentos que me han permitido llegar a tal atribución y que se apoyan en datos que están en el propio texto y en otros que pertenecen al contexto de la escritura de la obra; es decir, en el significado de la alegoría de los atunes, pero también en la razón del escritor para crearla. No se puede separar una creación literaria del momento de su escritura; por tanto, desconocer quién es su autor nos deja desamparados frente a muchos aspectos, y muchísimo más ante un texto en clave como es La segunda parte de Lazarillo. Sólo podemos llegar al fondo de la obra, a entender su sentido global, si sabemos quién la escribió; y aun así muchos matices, que serían claros para los contemporáneos que pudieran entender el juego literario, seguirán siendo inalcanzables para nosotros.
Las lecturas que asoman de forma muy clara en el texto me ayudan también a trazar el perfil de quien escribió el relato; y, por último, van a ser las concordancias con otras obras suyas –de usos lingüísticos y de invención o asuntos tratados– las que corroborarán lo que una curiosa tradición de atribución nos decía ya aunque andaba un poco desplazada hacia delante. El nombre de Diego Hurtado de Mendoza estaba muy bien asociado al Lazarillo, pero no al primero, sino al segundo, al de los atunes.
************