Rosa Navarro Durán, "Nuevas claves de lectura del Lazarillo de Tormes", Quimera, nº 238, enero de 2004, pp. 40-47.
[Breves fragmentos del artículo]:
Los pícaros son universitarios y saben humanidades para que verosímilmente sepan retórica y puedan escribir el relato de su vida. Guzmán sí es el primer pícaro y así llamaron a su libro, como dice el propio personaje: "Esto propio le sucedió a este mi pobre libro, que habiéndolo intitulado Atalaya de la vida humana, dieron en llamarle Pícaro y no se conoce ya por otro nombre". Así figura ya en la aprobación de fray Diego Dávila, que llama a la obra Primera parte del pícaro Guzmán de Alfarache. Y Juan Martí o Mateo Luján de Sayavedra llamó a la segunda parte del personaje hurtado Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache; Mateo Alemán, en cambio, mantenía en la Segunda parte de la vida de Guzmán de Alfarache el subtítulo de Atalaya de la vida humana que se mencionaba en la licencia y privilegio del Rey a la primera edición.
El pícaro es quien da lección de desengaño con su vida, y ella es el objetivo del relato. Mateo Alemán en la carta "al discreto lector" manifiesta la vinculación de su obra con el Lazarillo de Tormes al reproducir la cita de Plinio de su prólogo: "mas considerando no haber libro tan malo donde no se halle algo bueno", p. 110. Así figura en su modelo: "Y a este propósito dice Plinio que no hay libro, por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena"; Alfonso de Valdés había tomado la cita de otro prólogo, del de la Obra de agricultura de Gabriel Alonso de Herrera. Pero "las fortunas, peligros y adversidades" de Lázaro de Tormes, eran un trampantojo en el Lazarillo; las flechas de su aljaba iban dirigidas al cruel ciego rezador, al mezquino clérigo, al vanidoso y hambriento escudero, al lujurioso fraile de la Merced, al buldero estafador, al capellán explotador y al hipócrita clérigo amancebado que es el arcipreste de San Salvador: a los amos de Lázaro; y él es, en efecto, un mozo de muchos amos, como sus modelos: Pármeno, el criado de Calisto, o Rampín, el de la Lozana Andaluza. Los amos de Lázaro no sólo le dan su condición, porque desde el ciego al capellán definen su vida, sino que son el auténtico objetivo de la sátira de su autor, Alfonso de Valdés. Al caracterizar al género de la picaresca, ese rasgo que parece inherente a él, el ir el pícaro de amo en amo, se convierte en un escollo porque ni la misma vida de Guzmán está marcada por él; no digamos la de Pablos, que tuvo un solo amo; ni tampoco la vida de los otros pícaros responden a tal marca de género. Vamos viendo cómo nada de lo que supuestamente caracteriza al género picaresco aparece en el relato fundacional, y lo que le define no es un rasgo esencial en el género. Nada hay en Lázaro de lo que entusiasmará al Carriazo cervantino de La ilustre fregona.
La vida de Lazarillo de Tormes no fue concebida como un relato picaresco, sino como una aguda sátira erasmista. No eran las aventuras de Lázaro, "sus fortunas y adversidades", lo que interesaba a su autor, a Alfonso de Valdés; ésta era "la invención", como diría en el prólogo del Diálogo de Mercurio y Carón, refiriéndose a sus dos personajes, a Mercurio y Carón. En esta segunda obra suya, las "gracias y buena doctrina" las pone en boca de las ánimas que desfilan; en el Lazarillo están en el relato de Lázaro. Y es la doctrina lo que le interesa, la que subyace debajo de esos amos mezquinos, crueles, hipócritas, lujuriosos. No se saca enseñanza de la vida equivocada de Lázaro, porque no aparece como tal, sino de la de sus perversos o hipócritas amos. Tenía razón Erasmo en querer reformar la vida eclesiástica, y sabía muy bien el cortesano Alfonso de Valdés que también la vida de la corte estaba necesitada de ello. La novela picaresca nació de una lectura ligeramente desplazada de esa obra espléndida que es La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades. Era una aguda sátira erasmista y se convirtió en el punto de partida del realismo de la novela moderna. Lázaro nació como mirada crítica y resultó ser uno de los personajes más entrañables de nuestra literatura; fue hecho con estofa cómica, y su dolor lo hizo a veces personaje dramático. En su metamorfosis no hay error de lectura, sino genialidad de un espléndido escritor, el conquense Alfonso de Valdés.