Alfonso de Valdés autor de

'La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y adversidades'

La casa de los malfenti, nº 20 (otoño, 2006)

"ROSA NAVARRO DURÁN: SOBRE LOS CLÁSICOS..."

por Belén Galindo

"La filología que yo hago es de alto riesgo"

Se ha erigido en representante de Alfonso de Valdés en el siglo XXI después de descubrir que fue él quien escribió el Lazarillo de Tormes. Ha aportado un novedoso enfoque de este libro clásico tras observar un error de impresión que hemos estado dando por bueno durante siglos. Y se dedica con enorme éxito editorial en medio mundo a adaptar obras clásicas de la literatura española para el público general e infantil. Hoy tenemos el gran placer de compartir charla y café con una de las más destacadas autoridades literarias de este país: la catedrática de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, Rosa Navarro Durán.

La Casa de los Malfenti: Para empezar, díganos una vez más, ¿Por qué hay que leer a los clásicos?

Rosa Navarro Durán: Por muchísimas razones; pero para no convertir este espacio de charla en un discurso apasionado –y farragoso para el lector–, diré sólo un par de ellas: la primera es que nuestros clásicos son un auténtico tesoro heredado, son un legado cultural. Nadie duda de que lo son Las meninas y de que admirarlas es un privilegio, y creo que tampoco nadie cuestiona que Don Quijote y El Lazarillo son obras de arte maravillosas que dos escritores geniales escribieron para todos. Lo que sucede es que ni Las meninas son un tesoro si nadie las mira ni Don Quijote es una genial obra de arte si nadie la lee. Al mirar un cuadro excepcional, al leer un libro único, activamos la riqueza que nos han legado nuestros antepasados, le damos sentido y contribuimos a que exista.
En segundo lugar, nuestra indiferencia hacia ese patrimonio, nuestro desconocimiento de los clásicos no sólo nos priva de gozar de ese tesoro, sino también de compartir nuestro mundo de referencias. El episodio del Cid y el león, igual que la batalla contra los molinos de viento de don Quijote, o el arcón lleno de panes que mira como un "paraíso panal" un hambriento Lázaro tendrían que ser referencias cotidianas, conocidas por todo el mundo, como lo son el zapato de cristal de Cenicienta o la conversación de Caperucita con el lobo.

L.C.M.: ¿Eso no nos llevará a poner el listón muy alto para con los escritores modernos?

R.N.D.: Como los niños o jóvenes lectores de hoy serán los escritores del mañana, no haríamos otra cosa que sembrar en ellos las mejores semillas del mundo para que fructificaran más adelante en su escritura. Si se crea un hábito de lectura de forma racional (no obligando, sino llevando a ello con el deleite de una lectura accesible), se estará abriendo un terreno infinito. Una vez que entra en la sangre el veneno de leer, nunca desaparece, y eso lleva al que lo tiene a devorar todo tipo de lecturas: buenas y no tan buenas, y además a saber distinguirlas.

L.C.M.: ¿Y qué pasa si un día nos entra –como sociedad lectora- una rara enfermedad y comenzamos a recuperar en masa a los clásicos, dejando de lado tanto best seller y producto literario de infame calidad?

R.N.D.: Yo estoy aventando virus en forma de adaptaciones por todos los lugares que puedo para ver si consigo que empiece una epidemia tan benefactora. Aunque sé que es pura utopía, le confieso que no he perdido la esperanza de que suceda un pequeño-gran milagro. Me imagino un futuro no muy lejano en que los niños lean nuestros clásicos en adaptaciones fieles de una forma tan natural como hoy leen El Principito o Caperucita roja. ¿Acaso son menos divertidos o más difíciles de leer? Si alguien duda de lo que digo, le invito a que abra las páginas de mi Lazarillo contado a los niños. La semana pasada un amigo navarro discutía conmigo sobre las adaptaciones y me decía que era imposible aunar fidelidad al original y diversión, lenguaje comprensible y expresión atractiva. Me escribió a los dos días contándome cómo sus dos hijos (de ocho y once años), que se resistieron un poco a que empezara él a leerles mi adaptación de El Lazarillo recién salida del horno, al rato estaban tan enganchados a la historia de Lázaro de Tormes que no quisieron irse a dormir sin saber todas sus fortunas y adversidades.

L.C.M.: ¿Qué le dirán las editoriales?

R.N.D.: Si consiguiera que los niños aprendieran a gozar con la lectura, las editoriales y las librerías aplaudirían con todas las páginas sin abrir de sus libros

L.C.M.: ¿Será por eso –y otras cosas más- que dice de usted misma que se dedica a ejercer la filología de "alto riesgo"?

R.M.D.: Mis adaptaciones no son de alto riesgo; y no lo son por el éxito que tuvo la primera: de mi Quijote contado a los niños se han vendido más de cien mil ejemplares y está traducido al catalán, italiano, portugués, lituano, noruego…y ¡al coreano! La filología que hago desde que ha empezado este siglo XXI sí es de alto riesgo, y la prueba es que recibo más insultos que aplausos, aunque algunos de estos son de lujo: un artículo de ¡Juan Goytisolo! en Babelia destacando mi investigación, y una reseña muy elogiosa de Ricardo Senabre, el crítico literario más independiente que tiene este país y el que mejor conoce a los clásicos. Ponerle autor al Lazarillo, demostrar cómo se escribió veinte años antes de lo que dicen las historias de la literatura y además cambiar elementos esenciales de la lectura de la obra… es indudablemente una investigación de alto riesgo.

L.C.M.: ¿Qué nos dicen los clásicos a los hombres y mujeres de hoy en día?

R.M.D.: Los clásicos, por el hecho de serlo, mantienen un diálogo constante con los seres humanos de todos los tiempos. Si Vd. lee el episodio de la afrenta de Corpes en el Cantar de mio Cid verá la descripción de una escena escalofriante de maltrato de dos hombres nobles a sus mujeres para vengarse de la humillación vivida a causa de su propia cobardía; pero al final del Cantar leerá cómo el juglar desea que les suceda lo mismo o peor que a los castigados infantes de Carrión a todos aquellos que hagan una crueldad semejante. Cualquier escritor contemporáneo reconocerá que ha aprendido técnicas literarias leyendo El Quijote, y toda persona que hoy lo lea hará suyas algunas de las aventuras del caballero andante. El burlador de Sevilla dio lugar a un mito moderno, el de don Juan, cuya vitalidad sigue siendo arrolladora hoy. Podría ir ensartando personajes, escenas de nuestras mejores obras literarias y demostraría cómo siempre hay en ellas lecturas totalmente contemporáneas, ideas que enriquecen nuestro pensamiento, palabras que nos permiten expresar mejor nuestra percepción de la realidad o nuestros sentimientos. Yo a veces siento mi interior como bosque de flechas y guadañas, y lo hago con permiso de Quevedo; pero también puedo llegar a notar que el mundo se me llena de promesas de seiscientos colores al oír alguna palabra muy especial, y entonces es Pedro Salinas quien me dicta la frase.

L.C.M.: ¿Es cierto que es usted la representante de Alfonso de Valdés, el autor de El Lazarillo de Tormes, en nuestro siglo?

R.N.D.: Así se lo dije a los coordinadores del Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia cuando me pidieron que redactara la biografía de Alfonso de Valdés. Y como tienen sentido del humor, se felicitaron por haber dado conmigo. Desde entonces he asumido tal condición y procuro hacer honor a ella: nadie en este siglo XXI ha escrito tanto como yo sobre el escritor conquense (casi me atrevería a afirmar que sólo yo he escrito sobre él en estos años, pero puede ser excesivo atrevimiento y tal vez verdad a medias).

L.C.M.: Cuéntenos qué deberíamos saber sobre la historia de Alfonso de Valdés.

R.N.D.: Alfonso de Valdés nació en la última década del siglo XV en Cuenca. Su madre era judía y su abuela paterna también. Su honda formación humanista y su inteligencia le llevaron a ser el secretario de cartas latinas del Emperador y su hombre de confianza en 1331-1532, el último año de su vida, porque muere de peste en Viena, adonde había ido con la corte imperial. Es el gran valedor de Erasmo en España; autor de dos Diálogos en donde pone de manifiesto la necesidad de reforma que tenía la iglesia y en los que defiende la figura de Carlos V frente a sus enemigos: el Papa, y los reyes de Francia e Inglaterra. Alfonso de Valdés es el mejor prosista de la primera mitad del siglo XVI, un político muy inteligente y un fiel erasmista. Esas dos facetas aparecen claramente en sus dos Diálogos y pueden verse también en el Lazarillo de Tormes, la única obra literaria de esos años fechada con precisión: en su comienzo por la batalla de Gelves, una derrota de Fernando el Católico ante los moros, y en su final, por la entrada del Emperador en Toledo, el 27 de abril de 1525, en un momento de máximo esplendor de su reinado porque tenía en la cárcel madrileña al rey de Francia, vencido en Pavía, e iba a anunciar sus esponsales con Isabel de Portugal en las cortes toledanas. Sólo un fiel cortesano del Emperador podía elegir con tanto tino esos dos momentos: con el primero se ponía de manifiesto cómo Fernando el Católico también tuvo derrotas frente a los moros (los nobles lo ponían siempre de ejemplo ante su nieto Carlos, al que veían como un extranjero); y con el segundo, la figura del Emperador aparecía como el gran monarca europeo que había acabado con las guerras fratricidas, entre los hermanos cristianos, y podría entonces llevar a cabo una tarea en la que su abuelo había fracasado.

L.C.M.: ¿Y por qué, habiéndolo recuperado usted del silencio de la historia, todavía no me acaba de sonar como otros autores clásicos a su nivel?

R.N.D.: Cualquier cambio esencial necesita como mínimo treinta años para asentarse; llevo sólo cinco años demostrando que es el autor de El Lazarillo de Tormes. Confío en que dentro de cincuenta años haya ya entrado por la puerta grande de la literatura ese gran perdedor y ese extraordinario prosista. Tiene Vd. que pensar que su Diálogo de las cosas acaecidas en Roma, que escribió en 1527, hablando del saco de Roma (y defendiendo al Emperador frente al Papa), sólo se le devolvió en el siglo XIX. Su segunda obra, el Diálogo de Mercurio y Carón, se la restituyó Marcel Bataillon en 1925. De su autoría de las dos obras tenemos testimonios escritos, y a pesar de ello siempre se atribuyeron a su hermano Juan, que escribía mucho peor que él (¡y por desgracia todavía hoy un supuesto investigador le ha vuelto a quitar el segundo diálogo para dárselo a Vives!). ¡Cómo no va a tardar en reconocerse su autoría de esa maravilla que es el Lazarillo! Si fuera una obra secundaria, no habría esa resistencia que encuentro a que se cambie lo que no puede negarse si se leen detenidamente y sin prejuicios mis ensayos, donde aporto pruebas históricas, literarias, ideológicas.

L.C.M.: ¿Por qué es tan complicado mover un centímetro siquiera del mundo de la literatura clásica?

R.N.D.: Es muy difícil mover cualquier cosa. Sólo es posible el cambio cuando representa una ventaja inmediata para la supervivencia o la forma de vivir del ser humano. El niño es una imagen perfecta de la persona adulta: el niño quiere –y exige– que se le cuente siempre del mismo modo el mismo cuento. Supongo que está en la raíz de nuestra inseguridad en el mundo: tenemos que aferrarnos a supuestas verdades inamovibles, y tendemos a transformarlo todo en materia sagrada, inmutable. Así manejamos la historia de la literatura como si fuera un corpus de verdades reveladas, y es sólo un cúmulo de informaciones (algunas ciertas, otras no) que se van repitiendo. Vea lo que ha sucedido cuando la Sociedad Astronómica Internacional le ha quitado la condición de planeta a Plutón, ¡parecía que se iba a hundir el cielo! Es una de las noticias científicas que más me han alegrado porque ¡si Plutón deja de ser planeta, a lo mejor el Lazarillo podrá dejar de ser anónimo!

L.C.M.: ¿Hasta qué punto sigue influyendo el hecho de ser o no mujer?

R.N.D.: Yo no quiero pensar en que influya para nada. Un supuesto investigador extranjero pretendió atacarme (porque no le citaba a él en mis trabajos, claro está) diciendo que era una feminista; pero estoy segura de que, si yo hubiera sido un hombre, hubiera encontrado otra forma de atacarme. Soy ya una mujer de edad y sé muy bien que el tipo de ataque se acomoda siempre a las condiciones de la víctima para que le duela, pero que estas no dan alas al ataque. Es lo que digo lo que molesta, porque desmonta una verdad establecida; además se han escrito miles y miles de páginas sobre esta obra que con mi serie de deducciones no sirven ya para nada. En lugar de declararme benefactora de los estudiantes por limpiar de bibliografía una obra sobrecargada de estudios al demostrar que buena parte de ellos pueden tirarse a la basura, me miran como si fuera una filóloga echada a perder por una locura repentina. Mientras escribo lo de siempre, un rizar el rizo del detalle del texto, soy una persona muy competente; pero en cuando empiezo a decir cosas realmente importantes, les parece que construyo castillos de naipes que van a poder ser derribados sólo con su deseo.

L.C.M.: No solamente hablaríamos de su descubrimiento sobre el autor de El Lazarillo. Es que además, de una forma sorprendente, descubrió que el prólogo de la obra era un error de una edición antigua. ¿Nos lo cuenta?

R.N.D.: Darme cuenta de quién era el autor de El Lazarillo fue el final de un largo trayecto. Yo no estaba investigando sobre esa obra; pero un día, por azar, estando en el aeropuerto del Prat esperando un vuelo, leí el prólogo con sentido común y me di cuenta de que el último párrafo no formaba parte de ese prólogo porque era ya el comienzo de la obra. Cualquier persona que me lea puede comprobarlo: atento lector, coja, por favor, la edición que tenga a mano del Lazarillo, y vea cómo el prólogo está en boca del escritor, del autor de la obra, que está hablando de ella, del libro, a los lectores. Y justo después de acabar un párrafo con las palabras que dan título a la obra ("vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades"), empieza otro dirigido a "Vuestra Merced", que es el destinatario del relato de Lázaro, y nos damos cuenta de que ahí ya empieza a hablar Lázaro, el personaje, y no el escritor. Hay que separar ese párrafo mal puesto, y colocarlo al comienzo de la obra, del relato de Lázaro. Y así se verá perfectamente cómo el prólogo está en boca del escritor, y también cómo el relato de Lázaro empieza en "Suplico a Vuestra Merced reciba el pobre servicio…"

L.C.M.: ¿Qué esconde El Lazarillo para haber sido una obra con tanto misterio, tan perseguida en su época?

R.N.D.: No hay más que leerla cuidadosamente para ver que el objetivo del relato de Lázaro no es su propia vida, sino el comportamiento de sus amos. Él es víctima de la crueldad del ciego, que vive de unas oraciones en las que no cree; de la mezquindad del clérigo de Maqueda, que lo mata de hambre y no comparte con él lo que le dan como ofrenda en la iglesia; de la explotación del capellán, que obliga a Lázaro a vender agua y le exige treinta maravedíes (es decir, lo vende todos los días por la cantidad que le dieron a Judas por vender a Cristo), etc. Cuenta su vida cuando es pregonero de Toledo y está casado con la criada del arcipreste de San Salvador, de la que malas lenguas dicen que es algo más que su criada. Todo ello no está escondido, está bien visible en el texto. Lo que quedó escondido es el porqué "Vuestra Merced", el destinatario del relato de Lázaro pregunta sobre "el caso": como puede verse al final del texto con un pronombre "ella" que se aplica a "Vuestra Merced", esa persona es una mujer. Y con esa identidad femenina, cobra nuevo sentido la relación que enlaza esa persona con el arcipreste de San Salvador, del que el texto dice que es "servidor y amigo de Vuestra Merced": la dama se confesaría con el arcipreste y habría oído los rumores de que era un clérigo amancebado (se decía que su criada era también su manceba). Como es lógico, a la dama le preocuparía mucho saber si eran ciertos o no esos rumores ("el caso") porque, si lo fueran, podía peligrar el secreto de su confesión ya que un día el arcipreste podía contárselo a su manceba, y esta podría luego decírselo a su marido, que era…pregonero en Toledo.
Creo que queda muy claro el peligro que esconde en sus páginas El Lazarillo. No olvidemos que fue incluido en el primer índice inquisitorial de libros prohibidos (1559), y que cuando el inquisidor Juan López de Velasco lo imprimió expurgado en 1573, le suprimió dos tratados enteros: el del fraile de la Merced y el del buldero.

L.C.M.: Ha convertido numerosas obras clásicas en adaptaciones para niños. ¿Cómo empezó esta tarea?

R.N.D.: Por azar, como casi todas las cosas. En 2004, cuando se preparaba el centenario de El Quijote, me llamó Reina Duarte, de la editorial Edebe (en la que dirijo una colección de clásicos) para preguntarme si querría hacer una versión para niños de la obra. Como en el fondo era un reto para mí porque me dijo que sólo podía tener cincuenta páginas, le dije que sí. Unos años antes había hecho ya para Alianza Editorial una versión libre de las Metamorfosis de Ovidio (Mitos del mundo clásico la llamaron); pero, al redactarla, había pensado en los jóvenes, no en los niños, preocupada por el desconocimiento absoluto de los mitos, que son esenciales para entender el arte o la literatura.
La editorial Edebe contrató a un ilustrador excepcional, Francesc Rovira, y el equipo editorial creó un diseño muy cuidado para El Quijote contado a los niños por Rosa Navarro Durán, porque así lo llamaron. ¡Y el éxito sorprendió a la propia empresa! Ni yo podía imaginarme que podría gustar tanto ni ellos pensaron nunca que iban a competir tan bien con las muchas versiones que estaban en el mercado. A partir de este éxito, aceptaron mi propuesta de adaptar Tirante el Blanco, cuya primera edición de 20.000 ejemplares se vendió en seguida (sobre todo en Valencia); luego vino Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez, contado a los niños, y ahora, por fin, ha salido mi Lazarillo contado a los niños con el nombre de su autor, Alfonso de Valdés. Y Francesc Rovira, al saber que era tan importante para mí, ha puesto el alma al ilustrarlo; le ha dado el tono de tierra, marrón, que refleja muy bien el contenido de la obra. Ha abierto una ventana a su auténtico contenido porque se ve muy bien cómo Lázaro no es un pícaro, sino un pobre niño maltratado por sus crueles amos.

L.C.M.: Y actualmente es usted una autoridad también en esta materia. De hecho, su Quijote para niños se ha traducido a numerosos idiomas. ¿Dónde está la clave de este éxito?

R.N.D.: No lo sé, aunque puedo dar mi interpretación de tal hecho: yo hablo a los niños con un lenguaje normal, evitando sólo las palabras difíciles y la sintaxis compleja. Divido el relato en capítulos breves para que sea fácil leerlos; es un espacio medido para un rato antes de dormir, para que los padres los lean si el niño no tiene aún capacidad o ganas de coger el libro por su cuenta. Y sobre todo, soy muy fiel al texto; sólo cuento lo que se dice en él; quiero que, cuando el niño sea un joven lector y vaya al original, vea que es cierto todo lo que él sabe. La verdad es que juego con ventaja porque me conozco muy bien los libros que adapto y siempre pretendo reproducir la idea del libro como unidad, la visión conjunta que de él tengo en la cabeza. Una vez dije que intentaba hacer con las grandes obras lo mismo que los jíbaros con las cabezas: reducirlas de tamaño, pero manteniendo su proporción, su idea de conjunto. Mi labor de filóloga la pongo al servicio de mis adaptaciones: desde mi estudio de los textos sé muy bien su organización y procuro respetarla. Por ejemplo, en El Quijote no conté el episodio de la cueva de Montesinos porque está hecha de literatura, de referencias a romances que ya no se conocen hoy; pero al suprimir ese pasaje, hice lo mismo con la caída en la sima de Sancho porque ambos están relacionados.
Y tal vez todo esto que estoy diciendo no explique el éxito de mis adaptaciones; quizá sólo sea que me salió sin saber cómo, por puro azar, el tono adecuado para contar esas maravillosas historias o quizá sea que a mí me gustan tanto que quiero que los niños disfruten como yo con ellas.

L.C.M.: Adaptar obras para niños me parece un trabajo hermoso y poderoso. ¿Cómo se adaptan, por ejemplo, los temas políticamente incorrectos o que van contra nuestra concepción actual de la dignidad del ser humano?

R.N.D.: Soy muy cuidadosa en mis adaptaciones; respeto mucho a los niños y, por tanto, evito crearles angustias innecesarias, pero tampoco moralizo ni pretendo hacerlo (ni me obsesiona el concepto de lo políticamente correcto, que puede llegar a convertirse en una tiranía). Sí pongo a veces en primer plano elementos positivos que hay en la obra; por ejemplo, lo mucho que quiere el emperador de Constantinopla a su hija Carmesina y cómo ella interviene en sus Consejos de Estado. Y relego a una zona de silencio comportamientos que el cambio de las costumbres convertiría en extraños: estoy trabajando ahora en la adaptación de El Cid y no digo cómo el Campeador besa en la boca al rey Alfonso porque es un detalle que llamaría poderosamente la atención y en el texto no es significativo.
Ahora bien si el Cid se enfrenta a los moros, no puedo más que contarlo; pero también cómo le ataca el conde de Barcelona. Son hechos de armas y nada tienen que ver con luchas de religión. No puedo ocultar que don Quijote se vuelva loco leyendo libros de caballerías, pierda la visión de la realidad y quiera ser uno de los caballeros andantes que pueblan sus páginas; pero sí puedo destacar ese maravilloso mundo de fantasía que él vive gracias a sus lecturas y que hace vivir a Sancho (y a todos los que leemos sus aventuras).

L.C.M.: Yo estoy tranquila si es usted quien adapta las obras que leen mis hijos, pero ¿qué pasaría si un talibán consigue un día hacerse con su trabajo?

R.N.D.: Cualquier fundamentalista lo destrozaría todo; pero esto no sólo ocurriría con los libros, sino que pueden hacerlo en cualquier parte y en cualquier momento con la realidad. Como quienes compran los libros son los padres, ellos tienen que tener la garantía de que el adaptador es una persona que sabe lo que tiene entre manos y, sobre todo, que tiene un profundo amor por los clásicos y que ha trabajado con ellos. Yo les dije a mis editores que utilizaran mi cargo académico como sello de garantía, y se lo tomaron tan en serio que van pregonando mi condición de catedrática de la Universidad de Barcelona. Tendrían además que decir que llevo dando clases casi cuarenta años, hablando de los clásicos, porque soy especialista en la Edad de Oro; pero tal vez si callan es por cortesía. ¡Tampoco se trata de añadir al pregón el dato de mi edad!

L.C.M.: ¿Qué obras clásicas no deberían faltar en las lecturas de un niño antes de cumplir los 15 años?¿Y en la de un lector adulto?

R.N.D.: Todas aquellas que puedan adaptarse; cuantas más mejor porque la capacidad de asimilación del niño es enorme. Es evidente que La Celestina no puede contarse a los niños ni La Lozana Andaluza; pero les entusiasmará leer la adaptación de El Quijote, de El Lazarillo, de El Cid, de Tirante el Blanco, de Platero y yo; pero también de algún libro de caballerías que estoy pensando adaptar y que espero descubrir a pequeños y a grandes. Y lo mismo puedo decir de un lector adulto medio, normal. Depende de su hábito de lectura; si apenas lee, entonces les recomiendo mis versiones para niños, porque lo son también para adultos. El lenguaje es el de todos, y la historia que cuento es la obra abreviada. Si, en cambio, suelen leer algún libro de vez en cuando, les aconsejo que lean mis adaptaciones para estudiantes que están a punto de salir al mercado en otra colección de la misma editorial. En ellas me ciño mucho más al texto; estoy adaptando un Quijote para esta etapa superior de lectura y, me dejan ya escribir entre 150 a 200 páginas; podré, por tanto, contar todas las aventuras de don Quijote y su fiel escudero; si acaso suprimiré los relatos intercalados.

L.C.M.: ¿En qué está trabajando ahora?

R.N.D.: Últimamente llevo una doble vida: como filóloga y como adaptadora de clásicos. Estoy acabando la edición de La pícara Justina para el tomo tercero de Novela picaresca que me edita Biblioteca Castro; es un texto muy complejo, con una lengua endiablada y con muchos problemas creados por una impresión rápida y descuidada. Pero al mismo tiempo estoy trabajando en mi siguiente adaptación: El Cantar de mío Cid, una obra maravillosa que espero poner al alcance de los niños con toda su fuerza, con toda su belleza, y que hoy está cerrada para ellos a cal y canto.

L.C.M.: Próximos proyectos.

R.N.D.: Tengo muchos. Quiero editar un texto casi desconocido, que Menéndez Pelayo alabó muchísimo con razón (tenía un paladar literario exquisito a pesar de que sus prejuicios ideológicos le hacían a veces desbarrar): la llamada Tercera Celestina. Y seguir con el cuarto volumen de la Novela picaresca, en el que voy a incluir la Vida del escudero Marcos de Obregón; pero también continuar con mis adaptaciones de clásicos…

L.C.M.: Antes de bajar el telón, dígame que también lee a los escritores contemporáneos y recomiéndeme a algunos de sus preferidos..

R.N.D.: No sólo leo a los escritores contemporáneos, sino incluso a los que aún no son reconocidos como tales porque soy miembro del jurado del Premio Edebé de literatura juvenil y del Premio Tritoma de narrativa para escritores menores de 35 años. Y en los últimos seis años he formado parte del Jurado de la Letras del Premio Príncipe de Asturias, y para ello me leo no sólo a los grandes escritores nuestros, sino también a los más destacados extranjeros. Este año, por ejemplo, he defendido, sin ningún éxito, al estupendo escritor judío Amos Oz porque sus memorias, Una historia de amor y oscuridad, me parecen una de las obras más importantes que se han escrito en los últimos años. Pero salió premiado Paul Auster y no puedo negar que es también un escritor que me apasiona.
Acabo de leer, por ejemplo, A decir verdad, un libro exquisito que José Luis García Martín me ha enviado: un híbrido de varios géneros: ensayos, memorias, ficciones. Y me lo he pasado muy bien; sé muy bien que los buenos escritores de hoy serán mañana clásicos.
No hay aventura más apasionante que leer, y además no exige más equipaje que un libro.

L.C.M.: Muchas gracias, Rosa.

R.N.D.: Un fuerte abrazo.