Rosa Navarro Durán, "Figuras en un libro", en El Noticiero de las Ideas, nº 20 (octubre-diciembre de 2004), pp. 71-79.
[Breves fragmentos del artículo]:
Otro libro nos da la clave para ver que estamos dando un sentido erróneo al vocablo: Bocados de oro. [...] En el capítulo XI, entre "los dichos y castigamientos de Sócrates, el filósofo", leemos: "El ánima es girigonza que no ha prescio; e el que no la conosce sírvese della en lo que le no conviene; e el que la conosce no se sirve della sino en lo que le conviene", f. XVI. Evidentemente no encaja con el texto el significado de jerga de ciegos o "el dialecto de gitanos, ladrones y rufianes para no ser entendidos", como dice el Diccionario de Autoridades, ni el de galimatías ininteligible o "todo aquello que está oscuro y dificultoso de percebir o entender", acudiendo a la misma fuente. Es otro diccionario el que nos llevará a la lectura correcta, el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas y José Antonio Pascual; en él se nos señala la coincidencia de la palabra que significa "lenguaje incomprensible" o "lenguaje de malhechores" con el nombre de una piedra preciosa, jacinto o jargonça, que ya aparece en el Lapidario de Alfonso el Sabio, en 1250. [...] Volvamos ahora a lo que dice Lázaro: "y en muy pocos días me mostró jerigonza; y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho y decía: –Yo oro ni plata no te lo puedo dar; mas avisos para vivir muchos te mostraré". No dice que le "avezó" o "vezó" jerigonza, sino que le mostró, verbo que usa también con la palabra equivalente: "avisos". Lo que le muestra el ciego a Lázaro es un tesoro, una piedra preciosa, "jerigonza", en sentido figurado: le da avisos, consejos para vivir; y la cita bíblica que dice el ciego se amolda perfectamente a ello: "No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy" ("Hechos de los apóstoles", 3, 6). De tal manera que concluye y con ello cierra el pasaje: "Y fue ansí, que, después de Dios, este me dio la vida y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir". El ciego, al modo del Salmo 32 (Vulgata 31), 8 ("Yo te enseñaré y te instruiré en el camino que debes seguir; / seré tu consejero y estarán mis ojos sobre ti"), a pesar de ser ciego, ilumina su camino existencial. No le enseña la supuesta jerga de ciegos (no puede ser jerga de rufianes porque no lo es), sino que le muestra un auténtico tesoro: le da consejos para vivir, al ver que el niño es "de buen ingenio". El pasaje tiene una palabra –una pieza– que se lee erróneamente, que desconcierta el conjunto perfectamente trabado. Otro libro da luz y permite ver el error; el brillo de esa jerigonza, de esa piedra preciosa, devuelve el sentido a esas palabras de Lázaro.
Pero no es el azar el que ha creado el puente entre las dos obras para que las dos jerigonzas se fundieran en una, sino la presencia de otras concordancias que las unen. Alfonso de Valdés, el autor del Lazarillo de Tormes, leyó los Bocados de oro, y la huella de su minuciosa lectura puede verse claramente en el texto de la declaración de Lázaro, pero también en su Diálogo de Mercurio y Carón, como indicaré.